Capet
Capet es uno de esos secretos bien guardados del mágico barrio Gótico de Barcelona. Sea con navegador en mano, por despiste, o lo que más me gusta: dejarse perder a través de calles y callejuelas repletas de historia, uno se tropieza, antes o después, con este restaurante y su cocina de autor de base mediterránea que se expresa a través de platos y platillos donde el producto de temporada es protagonista.
Lo cierto es que yo ya me he dejado “perder” varias veces por aquí. La última este pasado mes de septiembre. Hacía mucho que no venía, y no era precisamente por falta de ganas. Me gustan mucho las creaciones que salen de la cocina de Armando Alvarez y la filosofía de Capet. Sus platos son inusuales, de creatividad constante y atrevida. Una cocina con personalidad en un espacio de dos plantas y una barra.
Aunque ofrecen dos menús degustación, uno corto de cinco platos por 75€ y otro largo de ocho platos por 90€, también se puede ir a la carta. Y si se escoge esta última opción, como fue el caso, es importante no perder de vista el espejo que hay en el comedor donde dejan escritos los platos fuera de carta!
Los platos fuera de carta
Poco después de escoger los platos que nos acompañarían esa noche, nos trajeron, como aperitivo de la casa, una vichyssoise con crujiente de curry. Sabrosa, cremosa y con ese toque diferencial del mencionado curry.
Le siguió un amigo fiel de la carta, la croqueta de pollo con kimchi. El pollo es rustido, lo que le da mucho sabor. Estaba muy bien frita, crujiente, con un toque de kimchi por fuera quizás demasiado ligero para mi gusto. La última vez que vine, y aunque soy fan de los tropezones, había trozos grandes de pollo y esta vez vi un buen balance. Me encantó. Una de las mejores croquetas que existen en Barcelona.
Continuamos con la ensalada de tomate con sorbete de apio y lima, anchoas y vinagreta de garum. Plato fresco, con una muy buena anchoa, carnosa y bien de sal. Pero aquí, el producto protagonista fue el tomate, de esos que cuestan tanto de encontrar y que te lo comerías con un poco de aceite y sal, porque las cosas buenas no necesitan más. Eso sí, sin desmerecer ni a la vinagreta que llevaba ni a ese sorbete que aportaba frescor, el punto vegetal y sobre todo cítrico.
El rollito de col relleno de careta de cerdo crujiente y mayonesa de chipotle, lleva en la carta de Capet bastante tiempo y espero que siga así. Un bocado de interior sabroso y tierno, con una col crujiente que hace de contrapunto y bien el punch que le aporta el chipotle. Una delicia que no debe ser obviada.
Los rossinyols (rebozuelos) con huevo frito, papada adobada y salsa de rustido era una de las sugerencias fuera de carta a la que le dijimos sí. Un plato del que se puede, o debe, decir poco cuando el producto es de calidad y así fue. Buena cantidad de rossinyols, y de los pequeños, perfectos de textura y un huevo frito delicioso. En este punto fue necesario pedir pan, que elaboran ellos mismos con masa madre y fermentan durante doce horas, una maravilla.
El plato estrella de la noche llegaría a continuación, ravioli relleno de bacalao con su pilpil, guiso de su tripa y piparra. Ese bacalao de relleno era como una brandada, lo que lo hacía tierno y cremoso, nada seco. El pilpil le daba untuosidad y el guiso de la tripa aportaba ese punto de colágeno, ya finalmente la piparra rompía un poco la afinidad del resto de ingredientes y alzaba aún más el plato. Un diez en toda regla.
Siguieron los tagliatelle con trompetas de la muerte, parmesano y yema curada. La mezcla de sabor dulce e intenso de las trompetas con parmesano es una apuesta segura. Además, ambos se integraban muy bien con la salsa principal hecha con la yema curada. Un plato goloso hecho con pasta fresca.
Un clásico de Capet, pues siempre que he venido está presente en la carta, es la raya a la mantequilla negra, alcaparras, emulsión de ajo asado y ajo negro. Me gustó mucho, es un plato que merece mucho la pena pedir. La raya estaba en su punto con una mantequilla negra perfectamente ejecutada como se aprecia en el color.
No tuvimos la misma suerte con el cabrito, que fue el punto final de la parte salada. Estaba bastante seco, y aunque tanto su jugo, el hummus y resto de ingredientes que acompañaban estaban bien, era imposible quitarse de la cabeza el hecho que costaba de masticar.
Postres
Pedimos dos. Gustaron especialmente las texturas de chocolate con helado de caramelo salado. Como el nombre indica, encontramos chocolate en diferentes texturas, más cremosa, en forma de brownie, en lámina y escarchado. Todo muy bien ejecutado, donde el helado hacía de conector entre las diferentes texturas.
El Carrot cake con toffee de zanahoria y helado de queso de cabra fue también un acierto, y aunque el carrot cake estaba genial de textura y muy goloso con el toque del toffee, lo que me encantó fue ese helado de queso de cabra que lo acompañaba. Para pedírselo solo y disfrutarlo a cucharadas.
La bebida
La carta de vinos de Capet tiene referencias muy bien escogidas donde podemos encontrar bastantes vinos catalanes, pero también abarca muchas regiones de España, Francia e Italia. El rango de precios es amplio, desde los 20€ a los 290€ de un Pol Roger sir Winston Churchill que ya quisiera yo probar.
En esta ocasión, me decanté primero por el “Hey!” de Amós Bañeres, del Penedés. Había probado recientemente algún otro vino de este productor que me sorprendió, y acerté tirando por lo conocido porque me pasó lo mismo. Un vino natural bien hecho, gastronómico y que enganchaba.
Con el segundo vino completamos el combo galaico-catalán (catalano-gallego si seguimos el orden). Ceibo, un godello de Bodegas Albamar, D.O. Valdeorras. Bien de acidez y con un punto cremoso en boca. Sin embargo, había un toque dulce, más de fruta tropical, que no me encajaba.
Reflexiones
Siempre que vengo a Capet siento que su cocina evoluciona y que cada vez es más perfecta. Esta vez sentí lo mismo, pero ya viendo a este lugar de otra manera. El placer, en esta ocasión, fue prácticamente incesante. La primera vez que vine, hace pocos años, me gustó, pero me faltaba algo en muchos platos, aunque me encantase la idea detrás de ellos. En esta ocasión, y como se aprecia en esta publicación, ha sido constante un discurso que, en líneas generales, podría resumirse en redondez.
Merece mucho la pena visitar Capet.
El precio
La cuenta ascendió a los 272€ aproximadamente, lo que vino a ser 68€ por cabeza. Nada mal para la calidad de los platos y teniendo en cuenta que 74€ fueron por los vinos. Obviamente, los 26€ del cabrito no fueron bien invertidos y es la única cosa que “duele”.
Dejando de banda ese desliz, el precio es razonable para la calidad ofrecida y lo que disfrutamos.